T. Taller de cocina

Situación Calle Boteros, Sevilla
Superficie 59 m2
Año 2018

Arquitectos
Sol89. María González y Juanjo López de la Cruz

Colaboradores
Elena González y Rosa Gallardo, arquitectas

Arquitecto Técnico
Cristóbal Galocha

Cliente
ConTenedor Cultural SL

Constructora
Construcciones Alejandro Fdez. Carbonero

Ebanistas mesa
Hombre de madera y Nicholas Chandler

Fotografía
Fernando Alda

Una cocina es un buen taller: la casa de las manos; centro o anillo de todas las energías. En ningún otro lugar las manos se sienten más a gusto, más incitadas a hacer y a volver a hacer.

Ángel González en referencia a la cocina-taller de A. Calder                                                           Pintar sin tener ni idea, 2007.

Se trata de resolver un taller de cocina donde ensayar posibles recetarios e impartir cursos de gastronomía, catas de aceite, vino… El lugar de los comensales y del profesor cocinero han de coincidir en un único espacio didáctico; el resto del programa es apenas un vestíbulo, una recepción, un office, un aseo y abundante almacenaje. El uso de taller de cocina remite a una labor comunitaria en la que el hecho de cocinar se abre a un conjunto de personas, ya no es proceso oculto sino acción desvelada en la que el cocinero, verdadero oficiante de esta ceremonia, revela el secreto a los asistentes. Esta condición de acción participada evoca una liturgia asamblearia que, junto a la centralidad que confiere el pilar de fundición existente en el pequeño local, sugieren la configuración de un espacio alrededor del acto de cocinar. Proponemos entonces un lugar enroscado en torno al fuste que polariza el espacio, subrayando su centralidad mediante múltiples geometrías circulares y concéntricas a partir de él como máxima expresión del espacio de encuentro.

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Mediante un biombo curvo de madera de fresno cuyo centro geométrico es el pilar, se define el espacio central del taller gastronómico, reservando el espacio intermedio surgido entre la cara convexa de la circunferencia y los límites del local para las pequeñas estancias necesarias. Se ofrece así una lectura clara del espacio en la que los usos servidores quedan desplazados a los márgenes e integrados en la geometría curva, evitando la proliferación de elementos que enturbien la compresión de un lugar reducido como éste. Al ascender, el paramento curvo del biombo se desmaterializa en su cota superior, restando únicamente los rastreles que lo soportan fugados hacia el pilar central, así construimos una estructura que permite recrear una atmósfera envolvente que además vela las instalaciones y los refuerzos de la estructura existente.

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Sostenía el filósofo Gustavo Bueno que la mesa es “el suelo de las manos”, consecuencia antropológica de nuestra evolución que debía proveer de un sustento a la manualidad una vez que las manos fueron liberadas de su función motriz. La mesa es un suelo elevado. Así, la mesa de los comensales abraza el pilar de fundición quedando presidida por la encimera del cocinero, llena de instrumentos y materiales como la de un escultor. Su altura puede cambiar para acomodarse a los actos de cocinar y de comer. Se ha construido con maderas de las calles de Sevilla: naranjo, robinia, ciprés, melia, olivo y grevillea, especies, algunas de origen americano, recuperadas tras la poda anual o tras ser vencidas por el viento. Biombo y mesa amueblan el espacio, cabe hablar de una arquitectura instalada más que construida, en la que la relación con el soporte existente es más de contraposición que de interacción, matizando la materialidad del mismo pero sin velarla ni exponerla excesivamente. Será también una intervención reversible, que podrá mudarse en cualquier momento, habiendo aportado un estrato más a la memoria de este lugar pero sin llegar a perpetuarse.

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